13.12.05

El tiovivo de Andrea

Si me llegan a decir que una Peonza iba a acabar escribiendo un día acerca de un tiovivo seguramente me iba a costar bastante creérmelo, pero héteme aquí que hoy los giros se multiplican y llega el carrusel más bonito que he visto nunca. Le Manege de Andrea es un tiovivo tradicional, de los de antes, hecho totalmente a mano y en casa. Una pequeña gran joya giratoria que cautiva a quien la ve.

Los fríos datos nos indican que se llama 'Le Manege de Andrea', que pesa casi veinte toneladas, que se construyó en 1999 bajo la supervisión e iniciativa de François Delarozière (responsable también de las máquinas que usa Royal de Luxe, una conocida compañía francesa de teatro de calle), que estará en el mercadillo de Navidad de Bruselas hasta finales de mes, que antes estuvo en el Forum de Barcelona, que alberga hasta un máximo de 34 niños y que incluye cohetes, camaleones o insectos gigantes entre sus atracciones.


Pero los datos no nos hablan de la sensación que provoca verlo girar. No nos cuentan de ese halo de antiguo y moderno que lo rodea. No transmiten la sensación de que, aunque gire sobre sí mismo, ese tiovivo nos lleva a otros mundos concebidos por imaginaciones delirantes. No nos hacen sentir que ese pegaso sobre el que nos gustaría sentarnos parece estar a punto de echarse a volar



Me dicen que para fabricarlo se utilizaron los materiales más variopintos: plumas, cuero, estaño o madera. Pero nadie cuenta en voz alta que las plumas deben de ser de algún ave como la que llevó a Simbad en sus viajes. Que el cuero seguro que procede de algún animal mítico y que seguro que para conseguirlo hubo que realizar viajes inenarrables. Que el estaño procede de las marmitas de los antiguos druidas (reconvertidas después, por lo menos en Galicia, en alambiques, como todo el mundo sabe) o que cada pedazo de madera procede de un árbol distinto y que llegó hasta el tiovivo de las maneras más insospechadas: un asiento procede de un antiguo cine de barrio que ya desapareció, el mástil de alguna de las naves es en realidad el resto de un naufragio, y en el cofre que hay tirado en el suelo viajaron hace siglos esmeraldas y rubíes grandes como puños, rojos como la sangre, verdes como los ojos de una mujer.

Padres e hijos suben juntos. Y una vez arriba ya no hay diferencias. Todos son niños. Las avestruces persiguen a insectos gigantes y los topos perforan las tablas del suelo para que quien quiera se siente en su nuca. Los submarinos están a punto de hundirse bajo olas de madera y uno se pregunta si se ahogará entre astillas...


...para acabar descubriendo que Leonardo tenía toda la razón en sus diseños, que el hombre sí puede volar con un par de alas de tela. Que mientras haya imaginación el resto no importa y que es posible, de adulto, darte de bruces con los sueños de tu infancia


3 comentarios:

Jorge Iván Argiz dijo...

Precioso pero inquietante..... ¿niños subidos en langostas, jeje?

Diego dijo...

Hombre, peor sería que fueran langostas subidas en niños, digo yo... sobre todo si son langostas de ese tamaño :)

Anónimo dijo...

Lo he visto en Burgos. Genial. Solo añadir un dato, en algún sitio en Burgos leí que estaba inspirado en algunas de las novelas de Julio Verne