17.2.06

Terminal 4

Son las dos y media de la madrugada mientras escribo estas líneas en la flamante nueva Terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas, y todavía no sé a qué hora saldrá mi vuelo hacia Santiago. Y me temo que aún tardaré un rato en saberlo: los paneles informativos lo único que nos cuentan es que el vuelo está retrasado. Como si no nos hubiésemos dado cuenta.

Me pica la nariz con el polvillo que desprende una de las losas de mármol del suelo mientras la rebajan un poco. Supongo que se deben de haber equivocado en las medidas y ahora no encaja. Como casi nada en la Terminal. Pero empecemos por el principio.

Uno de los objetivos de esta bitácora era hablar de viajes, de ofertas, de vuelos, de lugares exóticos, de gentes nuevas, de la emoción del descubrimiento, del desarraigo placentero del viajero habitual, de un diario (pero sólo del trayecto recorrido), de un catálogo de recorridos, del aspecto romántico del viaje. Iluso de mí. Debería de haber sabido que el primer post sobre viajes que colgase sería más bien acerca de todo lo contrario. Sería acerca de un viaje como el de hoy.

Y eso que las cosas pintaban bien en un principio. La reunión del trabajo no se acabó demasiado tarde y pude coger el autobús al aeropuerto de Bruselas y ahorrarme los cerca de treinta eurazos que te clavan los taxistas por llevarte al aeropuerto internacional de Zaventem (y el trayecto es de poco más de quince minutos). Y no sólo pude coger el autobús sino que hasta encontré sitio para sentarme y no tuve que ir de pie como en la mayoría de las ocasiones, sujetándome en precario equilibrio, con una mano tratando de agarrar la maleta para que no se escape rodando por ahí y la otra proporcionándome un tenue asidero a la barra del bus.

Pero al llegar a Zaventem me encontré con el primer síntoma de que algo no iba a salir bien hoy: el vuelo de Iberia a Barajas llevaba hora y cuarto de retraso. Considerando que la llegada estaba prevista para las diez de la noche y que el vuelo de Santiago salía a las once y media, me fui haciendo a la idea de que habría que correr para llegar a tiempo a la puerta de embarque. Bueno, no sería la primera vez, y seguramente tampoco la última, así que da igual.

En el mostrador de facturación no me ponen ningún problema con el equipaje de mano, a pesar de que pesa 12 kilos… como se encarga de recordarme en rojo amenazante y acusador la báscula de la cinta transportadora. Con lo que sí tengo más problemas es con lo del asiento. Iberia tiene una política de asignación de asientos que no acabo de entender, la verdad. No es lógico que si alguien tiene que coger una conexión le asignen en el primer vuelo un asiento de ventanilla en la penúltima fila. O a mí no me lo parece.

Así que se repite la escena habitual: “Señorita, ¿me podría cambiar el asiento, por favor? Tengo que coger una conexión en Barajas y, considerando que el vuelo ya va con retraso…” “Uuuuuyyyy… pues no sé si va a poder ser, que el vuelo va muy lleno”. Joder, pues menos mal que llego con hora y tres cuartos de antelación al mostrador. Si hubiese aparecido diez minutos antes de que se cerrase el embarque igual me ponen en un ala… Al final no es para tanto y consigo un fabuloso asiento de pasillo… en la fila 17.

Total, que me llevo ya las dos tarjetas de embarque y me dirijo al control de pasaportes, donde me espera la habitual cola. He llegado a tirarme más de una hora esperando a pasar el dichoso control, pero hoy (¿ayer?) hubo suerte y sólo fueron veinte minutos. Me queda tiempo más que de sobra para comprar un par de cajas de bombones que llevar de regalo. Luego, un buen ratito de espera acompañado de un libro. Lo habitual. He de reconocer que nunca leo tan a gusto como cuando estoy a punto de coger un avión, no sé por qué.

Mientras espero en la pasarela a subir al aparato oigo parte de la conversación que a voz en grito y en inglés tienen tres adolescentes justo detrás de mí. La traducción de lo que oigo viene a ser algo así como
“…estuve seis meses con él y no me arrepiento de nada.”
“Jo, tía, pues si te diste cuenta de que no era el hombre con el que querías pasar el resto de tu vida hiciste muy bien en dejarlo”.
Fijo la vista en el cristal de la pasarela y veo la imagen de las tres niñas que tengo detrás. Y trato de no pensar en nada.

Una vez sentado (encuentro sitio sin problemas para la maleta, síntoma seguro de que algo no va a salir bien durante el viaje) inicio mi ritual. Saco el libro (uno de Poe que seguramente comentaré en los próximos días, Las Aventuras de Arthur Gordon Pym… una de esas lagunas que me quedaban por colmar), abro un poco el chorro del aire que está sobre el asiento y lo dirijo hacia mí, enciendo la luz auxiliar y trato de no pensar en nada mientras recorremos la pista y nos preparamos para despegar. Pero antes de eso pasa el carrito de la prensa.

Si vuelas desde el extranjero a la península, Iberia te ofrece prensa de la de verdad, no sólo el Universal, esa parodia de periódico con la que nos obsequian normalmente en los vuelos nacionales. Aunque tengo que reconocer que hoy me llevo una grata sorpresa: en la página 19 tienen un artículo a toda página acerca de los 110 años de Yellow Kid, el personaje de Outcalt que se considera primer cómic de la historia. Lo leo un poco por encima y no veo ningún error de bulto. Más bien todo lo contrario. Está bien escrito y bien documentado (hacen un repaso breve de la historieta norteamericana, desde Outcalt al Sin City de Miller pasando por Terry y los Piratas, Dick Tracy, el Príncipe Valiente, Snoopy y hasta Garfield). A que va a ser que El Universal no es una parodia de periódico sino el único diario serio de España (al menos en cuanto a historieta se refiere).

Alguien me dijo en una ocasión que los momentos más peligrosos de un viaje en avión son, precisamente, el despegue y el aterrizaje. Es cuando se tienen más probabilidades de sufrir un accidente. Después de eso, y de un par de malas experiencias, reconozco que me cuesta un poco hacerme a la idea de volar. Menos mal que de aquí a junio sólo tengo que coger cuatro aviones cada quince días.

Una vez alcanzada la altitud de crucero el capitán nos saluda, y el par de azafatas que hicieron la demostración de seguridad (ante la indiferencia generalizada, por supuesto) empiezan a empujar el carrito de la comida. Me pienso si pedirme un menú pero diez euros por una lata de Coca-Cola, un bocata minúsculo y un mini twix me parecen exagerados. Además, ya cenaré al llegar a casa. Aunque tengo algo de hambre.

Anuncian por la megafonía interna del avión la puerta de embarque del vuelo a Santiago, señal inequívoca de que ése también va retrasado. Mejor, más posibilidades para llegar a tiempo de cogerlo.

Aterrizamos a las doce menos cuarto (a estas horas ya tendría que estar camino del noroeste) y la temperatura es de nueve grados. Gracias por el parte meteorológico. Recorremos las distintas pistas durante un cuarto de hora más y a medianoche piso por primera vez la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas (tras esperar, claro, a que bajen los de las 16 filas que me precedían). Y echo a correr como un desesperado (por cierto, ¿por qué coño salen las parejas de dos en dos de los aviones?¿no se dan cuenta de que llenan toda la pasarela y que no dejan pasar a la gente que viene detrás y que puede que tenga que coger otros vuelos?). Dios, esto no es una Terminal, es una ciudad entera. No se acaba nunca. Sólo veo un pasillo enorme, eterno, rectilíneo, que se pierde en el horizonte, que no tiene ni principio ni final, un gusano gigantesco que acaba de absorberme… no me muevo. O eso me parece, y tengo que comprobar en un par de ocasiones que no estoy corriendo sobre una cinta… una andadora de esas como las que se usan en los gimnasios.

Sudoroso y después de diez minutos corriendo llego a la puerta K73 (asignada en teoría al vuelo a Santiago), y veo que anuncian la salida del vuelo de las 21:30 a Vigo. Y son las doce y cuarto. Pregunto a las chicas del mostrador y me dicen que sí, que la puerta es la del vuelo de Santiago, pero que éste no saldrá hasta que no haya despegado el de Vigo.
-“Bueno” –pienso- “media horita más de retraso, pero no pasa nada”. Mañana (¿hoy?) me espera un día bastante agotador, pero qué se le va a hacer. Por lo menos dormiré cuatro o cinco horitas. Y en mi cama.

Empiezo a ver un par de caras conocidas pululando en torno a la puerta. Nadie con quien haya hablado nunca antes, pero sí gente que te suena de verla por la calle. No soy el único que espera.
Pasa otro cuarto de hora. Pregunto de nuevo que a qué hora sale el vuelo y no me dan una respuesta concreta, así que decido aprovechar para buscar algún sitio abierto donde comer algo (me arrepiento de no haber pilado el bocata antes) y aprovecho para recorrer la Terminal. Y da para recorrer un rato largo. Hay un montón de gente pululando por aquí, y casi todos acaban congregándose en un momento u otro en torno a los mostradores de atención al viajero de Iberia. Por qué será. Igual el hecho de que haya catorce vuelos retrasados más de dos horas tiene algo que ver. Sí, me entretuve en contarlos.

Los gritos de los pasajeros se escuchan desde lejos. Y los chaquetas rojas (o sea, el personal de atención al viajero de Iberia… que, por cierto y digan lo que digan, corre bastantes más riesgos que los ‘red-shirts’ de Star Trek) siguen impasibles. Desde luego, acabas por admirarlos. Que te estén gritando treinta personas y seas capaz de ignorarlas a todas tiene su mérito. Digo yo.

Voy recorriendo con más calma el pasillo eterno de antes. Veo que la estructura de la nueva Terminal es muy parecida a la del Aeropuerto del Prat, en Barcelona. Una galería amplia, enorme, con espacios diáfanos, cintas transportadoras y pequeñas isletas cada pocos metros en las que se apiñan bares y tiendas. Más espaciados se encuentran una especie de apartaderos, apéndices que surgen a la derecha (o a la izquierda, claro, dependiendo del sentido de la marcha) de la Terminal y en las que hay aún más tiendas. Veo que aquí también hay una Avenida de Arteixo (o sea, toda aquella calle en la que estén presentes Zara, Bershka, Massimo Tutti, Oysha y/o Zara Home… tiendas todas del grupo Inditex cuya sede está en… Arteixo). Pero también se ven anuncios de tiendas de Mattel, Sony, Puma, Mango, Hugo Boss y E. Zegna entre muchísimas otras. Joder, si parece un centro comercial y no un aeropuerto.

Hay muchísimos bares, pero todos están cerrados. Y con el personal dentro todavía. Pregunto al personal de limpieza, a varios obreros que siguen, a su bola, trabajando en los retoques de primera hora (me niego a llamarlos de última hora… no considerando el estado en el que está todavía la Terminal, con herramientas tiradas por el suelo, cables pelados al alcance de la mano, puertas de cristal apoyadas contra las tiendas, restos de cascotes…) Busco desesperado una máquina expendedora, y no hay. Ni una. En serio. Me rugen las tripas y de repente me asalta una inspiración repentina: los bombones de regalo. Se siente, esta vez voy a ser un maleducado, pero ante el hambre…

Estoy a punto de abrir la lata de ‘Lenguas de Gato’ (unas chocolatinas deliciosas con la forma de Le Chat, el personaje de tebeo) cuando veo una comitiva que se dirige hacia la zona en la que estoy sentado (el paseo me llevó desde la puerta K73 hasta la J35) y reconozco un par de caras. Pregunto si son pasajeros del vuelo a Santiago y me dicen que sí y que van a comer algo.
Mala señal. Conforme a la legislación en vigor en la UE, las compañías aéreas tienen la obligación de ofrecer algo de comer y de beber a sus pasajeros sólo si el retraso de su vuelo es superior a las dos horas. O sea, que si Iberia nos paga algo de comer es porque aún nos queda un buen rato de espera. Y lo saben. Pero no dicen cuánto.

Me alegra saber que hay una cafetería abierta todavía. Y, en un alarde de inteligencia, está situada fuera de la zona de embarque. Genial. La única cafetería abierta las 24 horas en el aeropuerto está fuera de la zona de embarque. O sea, que hay que pasar por la sala de recogida de equipajes (está en el piso de abajo… y es que hay tres pisos en la Terminal, que cada vez me recuerda más a un centro comercial), salir fuera y luego volver a pasar el control de pasaportes. Bueno, a la una de la madrugada (largas) no creo que vaya a haber muchas colas.

Sí las hay en la cafetería, claro. Nos ofrecen dos bocadillos o sándwiches, una bebida y un postre. El señor que está delante de mí y el que está justo detrás se llevan cada uno una botella de rioja de tres cuartos de litro. El camarero les dice que de eso nada y se produce un amago de pelea. Al final, los dos pasajeros se van con su vino y el camarero se queda refunfuñando un poco por lo bajo. Si es que está claro que no todo el mundo vale para ser un chaqueta roja.

De todas formas, la pelea por el vino es el primer incidente violento de la noche. Al menos entre los pasajeros del vuelo a Santiago, claro. Todo el mundo está cabreado pero haciendo gala de un sentido del humor envidiable. Igual es por la mezcla de pinturas y barnices que se respira en el ambiente.

Me zampo un sándwich de pollo y bacon y otro de cangrejo, una botella de Aquarius y una caña de chocolate. Y me acerco con todo el morro del mundo a pedirle un café con leche por la jeta al camarero. Y se lo saco. Ole. Vivan los no chaquetas rojas.

Por cierto que está toda la zona llena de gente. Hay por lo menos cien personas paseando por ahí. Parecemos una panda de noctámbulos a punto de que se nos acabe de pasar el efecto del alcohol, buscando comida desesperadamente antes de que ataquen los primeros síntomas de la resaca. No me sorprendería que dentro de poco se ponga de moda la Terminal como garito alter de Madrid. Las caras de los pasajeros insomnes tienen poco que envidiar a las de los que se retiran a las siete de la mañana. De hecho no me extrañaría que más de uno decida empezar a acabar la fiesta aquí. Y seguramente alguno acabe metido en un avión rumbo a quién sabe dónde, sin billete ni nada. Al tiempo.

Subo al segundo piso para pasar el control de pasaportes y la guardia de seguridad me saluda con una sonrisa mientras dice
-“Del vuelo de Santiago ¿no?”
Va a ser que ella también inhaló las pinturas y barnices. Al pasar el escáner y el detector de metales me paran y me hacen vaciar los bolsillos. Y luego me pregunta uno de los seguratas
-“¿Las figuritas son de El Señor de los Anillos?”
Estoy seguro de que no puedo haber oído esa frase. Pero sí. Y me la repite. No entiendo nada… hasta que echo la vista a la pantalla del escáner y veo, perfectamente recortadas, las siluetas de unas figuritas de plomo de Grenadier que compré hace un par de semanas. Son mi último tesoro friki, figuritas de plomo de 1985 de buena parte de los personajes de Watchmen (Rorschach, Búho Nocturno, Dr. Manhattan, Laurie, El Comediante…) en la caja original (con ilustración de Dave Gibbons) y para el juego de rol de superhéroes de DC.

Y cuando digo que son figuritas de Watchmen el segurata dice un ‘coño’ de lo más revelador. Si es que cuando menos te lo esperas surge un friki. Igual tendríamos que crear algún saludo para reconocernos con facilidad…

Dentro de la Terminal (bueno, de la zona de embarque) sigue la actividad constante. Pasajeros y obreros se mezclan indistintamente, ninguno de ellos capaz de orientarse y cada uno pidiéndole orientaciones al otro.

Son ya las tres. Una salva de aplausos me hace levantar la cabeza y veo que está llegando el personal de tierra de Iberia. Mientras escribía estas líneas debe haber llegado el vuelo de Santiago y parece que por fin vamos a embarcar. Pues entraré el último. Total, qué más da un poco de retraso más. Y mañana (¿hoy?) a las siete de la mañana en pie para coger el tren hacia Vigo. Espero dormir en el avión por lo menos.

Se acaba la crónica de este trayecto. Al viaje aún le queda un poco más, pero bueno. Espero que os hayáis hecho una idea de la Terminal 4… si por un casual os toca pasar por aquí dentro de poco, sólo puedo recomendaros que os arméis de paciencia. O de una Uzi. O de las dos, si podéis. Así, si os entra el impulso homicida, por lo menos os tomaréis vuestro tiempo para apuntar. Recordad, igual que en Star Trek, los personajes prescindibles son los chaquetas rojas…


Corolario... son las seis menos veinte de la mañana y sigo en pie. Al pasar el detector de metales en Barajas me hicieron vaciar los bolsillos. Cansado y medio dormido no me di cuenta de que luego tendría que recoger lo que había sacado. ¿Adivináis dónde se quedaron las llaves de mi casa? Y en hora y media a coger el tren para ir a dar clase... efectivamente, no me imaginaba así mi primer post sobre viajes...

9 comentarios:

Jaume Vaquer dijo...

¡Vaya viaje, amigo!
Ese coroloario es antológico. Un día vas a perder la cabeza, Diego, y no cámaras digitales o llaves...

Anónimo dijo...

"uno de Poe que seguramente comentaré en los próximos días, Las Aventuras de Arthur Gordon Pym"
Lei este libro cuando era pequeño y me gusto mucho aunque tenia un final un poco extraño.
Poe mooola¡

Jorge Iván Argiz dijo...

Hmmmm. Si que estabas ocioso para escribir tanto, jeje

Diego dijo...

Jaume

Pues aún no sabes lo mejor... todavía no me he acostado... y no veo la pantalla... ¿has visto mi cabeza por ahí?

cp

Si no es la primera vez que me toca dormir en un aeropuerto (o quedarme hasta la madrugada) pero efectivamente es un toque espectacular. Ah, y las figuritas de Watchmen son mías (mi tesssssoro), el que las reconoció fue el segurata cuando pasé la maleta por el escáner...

zeke

Sí que es extraño, sí. Pero, efectivamente, mooooola

Jorge

Ocioso es poco. Era o escribir el post o sacar la uzi de la maleta (o acaso creíais que no hablaba por experiencia propia al recomendar que os armaseis de paciencia o de una uzi... ah, pensaba)

chuslebra dijo...

Pero vamos a ver, ¿de verdad alguien fue capaz de leerse este ladrillo?
Yo entré directamente en los comentarios para reirme de los que lo habiais leido, jajaja, que panolis.
Jorge Iván, si Diego está ocioso por escribir esto, tu no lo estas menos por leerlo entero.

Diego dijo...

Va, Chuslebra, reconoce que tú también te leíste el tocho entero, que no pasa nada. Y que hasta te gustó...

Ah, y tiene cojones que hables tú de ociosidad cuando todo el mundo sabe que tu principal y única ocupación (aparte de pintar figuritas de plomo con rotuladores Carioca) es tratar de demostrar que Conan el Bárbaro es la película definitiva, la película que abarca todas las películas. Eso demuestra que estás ocioso... y enfermo.

chuslebra dijo...

Jajaja, si que estoy enfermo, si.
Tengo la misma enfermedad de Conan, vigorexia creo que se llama, jejeje.
Pero lo siento, no lei el tostón. Ahora que si haces un resumen de menos de 10 lineas prometo leerlo.

Diego dijo...

A ver, Chuslebra: no vayas por la Terminal 4 de Barajas porque corres el riesgo de que tu vuelo salga con cuatro horas de retraso (como me ocurrió a mí) y te olvides las llaves de casa en el control de pasaportes (como también me pasó a mí). Y me sobró una línea para contártelo...

chuslebra dijo...

¿Ves que facil era?
Eso si lo he leido y lo he entendido perfectamente.
No sé si felicitarte por tu capacidad de resumen o por tu facilidad para explayarte.